domingo, febrero 25, 2007

¡QUE SIGA LA FIESTA en el planeta Tierra! Espléndido César Molinas:
Defiendo en este artículo la tesis de que, aunque los postulados del movimiento del cambio climático sean falsos, y lo son, es racional actuar como si fuesen verdaderos. Sin embargo, las líneas de actuación deberían ser radicalmente distintas de las propuestas por el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) de la ONU. Iré por partes. En primer lugar pondré al IPCC en un contexto histórico para ilustrar que llueve sobre mojado. No discutiré los postulados, puesto que argumentaré que, mientras haya una probabilidad significativa de que sean acertados, hay necesidad de actuar. Por último discutiré en qué deben consistir las actuaciones.

En el último siglo ha habido tres movimientos de académicos y altos funcionarios internacionales que se las ingeniaron para secuestrar la agenda internacional. Estos movimientos, todos ellos con pretendida base científica, presionaron a los políticos a través de los medios de comunicación de masas para que adoptasen medidas de las que, se suponía, dependía el futuro de la Humanidad. El primero fue el movimiento por la eugenesia, que se popularizó en las primeras décadas del siglo XX. Fue un movimiento académico que encontró el apoyo entusiasta de personalidades como Churchill y Bell y que se diseminó a través la Sociedad de Naciones de Ginebra.

La mayoría de Estados de tradición no católica acabaron aplicando programas de esterilización o de prohibición del matrimonio a algunos sectores de la población, en muchos casos de manera masiva. La eugenesia se desprestigió en los años treinta cuando Hitler, que sólo debía haber leído un resumen ejecutivo de la doctrina, puso todo su celo en la aplicación del programa máximo con los resultados de todos conocidos.

El Club de Roma

El segundo movimiento lo inició el Club de Roma. ¿Se acuerdan?: las materias primas se iban a agotar antes de final del siglo XX; la Humanidad se enfriaría por falta de combustible; el crecimiento económico terminaría… Había que adelantarse aplicando políticas de crecimiento cero.El Club de Roma hizo gala de un catastrofismo extremo que, aunque pueda parecer hoy ridículo, provocó un enorme ruido mediático en la década de los setenta y fue premonitorio del tercer movimiento, que le siguió casi sin solución de continuidad: el movimiento del cambio climático. Como sus antecesores, este último es un movimiento catastrofista que comparte con el movimiento del crecimiento cero una naturaleza neo-maltusiana: el planeta Tierra no puede sostener a la Humanidad con su estilo de vida actual. El remedio propuesto no puede ser más maltusiano: continencia (sexual en el caso de Malthus, de emisión en el IPCC) voluntaria o forzosa. La alternativa implícita -el programa máximo nunca explicitado, para no asustar-parece ser un estilo de vida tipo Amish para una población planetaria que no supere los mil millones de personas.

Voy a resumir los postulados del IPCC en cuatro proposiciones estilizadas y sin matices:

1. La Tierra se está calentando y continuará calentándose;

2. Ello se debe a las emisiones de CO2 producidas por el hombre;

3. Las consecuencias pueden ser catastróficas;

4. La única solución posible es la reducción drástica de las emisiones para que la Tierra retorne a su equilibrio natural. Yo tengo muchas dudas sobre 1 y estoy casi convencido de que 2 es falso porque está basado en relaciones que probablemente son espurias.

No lo puedo demostrar y, aunque no me convence la pretendida evidencia acumulada por el IPCC, tengo que admitir que hay una probabilidad positiva de que estén en lo cierto. A pesar de las mentiras y exageraciones de Al Gore (véase el artículo de Xavier Sala i Martín de la semana pasada en La Vanguardia)voy a suponer también una probabilidad no nula de que 3 sea cierto. Pues bien, incluso si 1, 2 y 3 fueran ciertos, 4 me seguiría pareciendo un completo dislate.

Martin Wolf, del Financial Times,ha propuesto la idea del seguro como justificante de la actuación frente al cambio climático. Ante la posibilidad de que sea yo y no el IPCC el que está equivocado, la racionalidad económica debería moverme a asegurar el riesgo. Es lo mismo que hacemos la mayoría al comprarnos una casa: la aseguramos de incendios no porque pensemos que se va a quemar, sino porque reconocemos que existe una remota posibilidad de que eso ocurra y preferimos perder una pequeña parte de nuestra renta anual en pagar la prima que afrontar la totalidad de la pérdida en caso de siniestro.

Asegurarnos nunca nos hace más ricos: nos empobrece un poco todos los años al pagar la prima, pero nos evita la pobreza extrema en el caso de que la casa se queme. Este es el tipo de razonamiento que avala actuar contra el cambio climático aunque el IPCC esté equivocado. Los paralelismos con el seguro acaban aquí, porque contra el cambio climático, a diferencia del seguro, hay dos maneras de actuar: una que nos hace más pobres y otra que nos hace más ricos. Para ver por qué el IPCC sólo considera la primera nos hace falta un poco más de psicoanálisis.

Es muy probable que las predicciones y las prescripciones del movimiento del cambio climático estén tan rematadamente equivocadas como las de Malthus. Ello es así porque ambos cometen el mismo craso error: ignorar por completo el poder grandioso del progreso tecnológico, motor principal del crecimiento de la productividad de la economía. Excusable en el caso de Malthus, que escribió su ensayo a finales del siglo XVIII, resulta necesariamente deliberado y reaccionario en el caso del movimiento del cambio climático que parece abonarse a la concepción de que el hombre es inquilino de una Creación que debe devolver intacta el Día del Juicio. Esto hace, por principio, sospechoso de pecado a todo tipo de progreso.

De las dos maneras que hay, a priori, para combatir el cambio climático -contención y corrección-el IPCC sólo parece considerar la primera, en perfecta sintonía con la continencia malthusiana. Hay que desandar lo andado (por el camino del progreso, digo yo), hay que reducir el volumen de emisiones, primero hasta los niveles de 1990 y luego (supongo) hasta niveles preindustriales para restablecer el equilibrio natural del clima. Hay que actuar ahora, aunque los efectos tarden varios siglos en apreciarse. El actual tratado de Kioto es un disparate organizado a partir de estas premisas. Y lo peor es que Kioto es sólo el principio de un largo camino de expiación y penitencia (véase el artículo de Ignasi Carreras de la semana pasada en La Vanguardia).

La alternativa a la continencia de emisiones es la corrección de sus efectos. Desde un punto de vista económico, la segunda es claramente preferible: reducir una actividad contaminante puede ser saludable, pero disminuye la renta; pagar a alguien para que limpie lo contaminado es igualmente saludable y, además, aumenta la renta (dejaré como ejercicio el sencillo modelo keynesiano que ilustra esta afirmación). En mi opinión la prima del seguro de riesgo climático deberíamos gastarla en desarrollar tecnologías de corrección tales como, por ejemplo, la captura de carbono y en la investigación de fuentes de energía adicionales no contaminantes. En este sentido, la iniciativa de Richard Branson de ofrecer por internet un premio de 25 millones de dólares a la mejor idea para capturar el CO de 2 la atmósfera ilustra en camino a seguir: movilizar todo el potencial creativo de la humanidad para el desarrollo tecnológico. Con ello se creará riqueza incluso en el caso de que el cambio climático resulte ser una falsa alarma. Además, se acelerará la obsolescencia de los combustibles fósiles dando cumplimiento a la vieja profecía "si la Edad de Piedra no terminó porque se agotasen las piedras, la Edad del Petróleo no terminará porque se agote el petróleo". Pero... ¡que siga la fiesta!