lunes, febrero 19, 2007

MÀRIUS CAROL (requiere suscripción):

Cuando los historiadores del siglo XXII estudien a los catalanes de los inicios del siglo XXI llegarán a una conclusión: eran descendientes de colectivos emprendedores que hicieron la única revolución industrial del país e impulsaron un renacimiento de la cultura propia, pero cien años después se refugiaron en la gastronomía para seguir estando presentes en el mundo.



[...] Esta misma semana Financial Times ha dedicado unas páginas a Catalunya y ha glosado sobre todo la gastronomía del país. Seguramente en la única ocasión que The New York Times se ha ocupado en portada de un asunto catalán ha sido para hacer la glosa de Ferran Adrià. Y el mismísimo Le Monde ha tenido que reconocer hace pocos meses que la cocina catalana es más innovadora que la que se cuece en los fogones franceses. Todos nos sentimos orgullosos del reconocimiento internacional de nuestra gastronomía y del impulso que ello está suponiendo del país como oferta turística más allá del sol y la playa. La única pregunta que sobreviene entre tanto cocinero galardonado y tanto interés por la gastronomía es por qué este afán de creación, innovación e investigación no se hace extensivo a otros sectores de la actividad productiva.



Un catalán como el malogrado Xavier Domingo tituló hace bastantes años uno de sus libros Cuando sólo nos queda la comida,que ha resultado premonitorio. Bill Gates o Lou Gerstner están más interesados en cenar en uno de nuestros tres estrellas Michelin que en abrir un centro de investigación de Microsoft o IBM, como si el futuro de este país fueran las cocinas en lugar de las fábricas, las mousselines antes que los microchips. La gastronomía se ha convertido en la tabla de salvación de un país que pierde peso como potencia industrial, pero que se redescubre cada día como paraíso de turismo de fin de semana o como destino de ferias y congresos. Queríamos ser un motor de Europa y hemos descubierto que somos el mantel de los europeos.